Men sometimes speak as if the study of the classics would at length
make way for more modern and practical studies; but the adventurous
student will always study classics, in whatever language they may be
written and however ancient they may be. For what are the classics but
the noblest recorded thoughts of man? They are the only oracles
which are not decayed, and there are such answers to the most modern
inquiry in them as Delphi and Dodona never gave. We might as well omit to study Nature because she is old.
To read well, that is, to read true books in a true spirit, is a noble
exercise, and one that will task the reader more than any exercise which
the customs of the day esteem. It requires a training such as the
athletes underwent, the steady intention almost of the whole life to
this object. Books must be read as deliberately and reservedly as they
were written. It is not enough even to be able to speak the language of
that nation by which they are written, for there is a memorable interval
between the spoken and the written language, the language heard and the
language read. The one is commonly transitory, a sound, a tongue, a
dialect merely, almost brutish, and we learn it unconsciously, like the
brutes, of our mothers. The other is the maturity and experience of
that; if that is our mother tongue, this is our father tongue, a
reserved and select expression, too significant to be heard by the ear,
which we must be born again in order to speak. The crowds of men who merely spoke the Greek and Latin tongues in the Middle Ages were not entitled by the accident of birth to read
the works of genius written in those languages; for these were not
written in that Greek or Latin which they knew, but in the select
language of literature. They had not learned the nobler dialects of
Greece and Rome, but the very materials on which they were written were
waste paper to them, and they prized instead a cheap contemporary
literature.
Henry David Thoreau, Walden, Reading
Los hombres a veces hablan como si el estudio de los clásicos debiera hacer sitio a estudios más modernos y prácticos. Pero los estudiantes intrépidos siempre estudiarán los clásicos, sea cual sea la lengua en que estén escritos y sea ésta lo antigua que sea. Pues, ¿qué otra cosa son los clásicos sino los más nobles pensamientos del hombre que se han conservado? Son los únicos oráculos que no han decaído, y hay en ellos respuestas a las más moderna indagación como ni Delfos ni Dodona dieron jamás. Lo mismo podríamos dejar de estudiar la Naturaleza porque es antigua. Leer bien, es decir, leer auténticos libros con un espíritu auténtico es un noble ejercicio, uno que mantendrá más atareado al lector que ningún otro ejercicio que las costumbres de la época valoren. Requiere un entrenamiento como el que pasaban los atletas, el propósito firme de casi la vida entera dedicado a este objetivo. Los libros deben leerse tan deliberadamente y con la misma reserva con que fueron escritos. Ni siquiera es sufieciente con hablar la lengua de la nación que los escribió, pues hay un trecho digno de recordar entre el lenguaje oral y el escrito, el lenguaje oído y el leído. El uno es normalmente transitorio, un sonido, una lengua, un mero dialecto, casi tosco, y lo aprendemos inconscientemente, como las bestias, de nuestras madres. El otro es la madurez y la experiencia de aquel. Si aquel es nuetra lengua materna, éste es nuestra lengua paterna, una expresión reservada y selecta, demasiado importante para se oída por el oído, el cual debemos nacer otra vez para hablarlo. Las multitudes de hombres que meramente hablaban el griego y el latín en la Edad Media no estaban autorizados por el accidente del nacimento a leer las obras del genio escritas en esas lenguas, pues estas no estaban escritas en el griego y latín que ellos conocían, sino en la lengua de la Literatura. Ellos no habían aprendido los dialectos más nobles de Grecia y Roma, sino que los propios materiales en los que estaban escritas eran papel de desecho para ellos, y en su lugar apreciaban la pobretona literatura contemporánea.
Henry David Thoreau, Walden, Reading
Henry David Thoreau, Walden, Reading
Portada de la primera edición de Walden
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Los hombres a veces hablan como si el estudio de los clásicos debiera hacer sitio a estudios más modernos y prácticos. Pero los estudiantes intrépidos siempre estudiarán los clásicos, sea cual sea la lengua en que estén escritos y sea ésta lo antigua que sea. Pues, ¿qué otra cosa son los clásicos sino los más nobles pensamientos del hombre que se han conservado? Son los únicos oráculos que no han decaído, y hay en ellos respuestas a las más moderna indagación como ni Delfos ni Dodona dieron jamás. Lo mismo podríamos dejar de estudiar la Naturaleza porque es antigua. Leer bien, es decir, leer auténticos libros con un espíritu auténtico es un noble ejercicio, uno que mantendrá más atareado al lector que ningún otro ejercicio que las costumbres de la época valoren. Requiere un entrenamiento como el que pasaban los atletas, el propósito firme de casi la vida entera dedicado a este objetivo. Los libros deben leerse tan deliberadamente y con la misma reserva con que fueron escritos. Ni siquiera es sufieciente con hablar la lengua de la nación que los escribió, pues hay un trecho digno de recordar entre el lenguaje oral y el escrito, el lenguaje oído y el leído. El uno es normalmente transitorio, un sonido, una lengua, un mero dialecto, casi tosco, y lo aprendemos inconscientemente, como las bestias, de nuestras madres. El otro es la madurez y la experiencia de aquel. Si aquel es nuetra lengua materna, éste es nuestra lengua paterna, una expresión reservada y selecta, demasiado importante para se oída por el oído, el cual debemos nacer otra vez para hablarlo. Las multitudes de hombres que meramente hablaban el griego y el latín en la Edad Media no estaban autorizados por el accidente del nacimento a leer las obras del genio escritas en esas lenguas, pues estas no estaban escritas en el griego y latín que ellos conocían, sino en la lengua de la Literatura. Ellos no habían aprendido los dialectos más nobles de Grecia y Roma, sino que los propios materiales en los que estaban escritas eran papel de desecho para ellos, y en su lugar apreciaban la pobretona literatura contemporánea.
Henry David Thoreau, Walden, Reading
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